Como perros y gatos (8 de enero)
Scrolleando por Facebook vi pasar una publicación de un perrito sobre una alfombra en frente de la puerta, esperando pacientemente a su dueño con un texto en ingles que decía algo como “no importa que día de mierda que tuviste y el mundo te trató mal, si cuando llegas a casa, hay alguien esperándote quien te consuela y te da cariño”
Yo no tengo perro. No sería lo ideal para mi porque ando rengo y no podría pasearlo como corresponde, además que los perros necesitan atención y pueden ser densos, “jede” como se dice en el lenguaje tumbero.
Los gatos de 4 patas
En cambio, tengo dos gatos. En Argentina esta palabra tiene otro significado y se utiliza para referirse a una prostituta (en otras épocas tangueras usaban el término “lora”) y es extraño que se utilice de forma masculina y no femenina (gata). Pero el idioma no es tonto. De hecho lo de “gato” no se refiere al apareamiento como uno esperaría, pero más bien al histeriqueo previo, a la ida y la venida, al si y no, en pocas palabras a la seducción y el franeleo. Consta que este adjetivo, también puede ser aplicado a los hombres, ya que el presidente anterior tuvo este apodo poco halagador.
Ahora tengo dos gatos (de cuatro patas) como mascota, machos castrados, tranquilos, cada uno con su carácter (uno más arisco y otro más mimoso) y lo que puedo asegurar es que no tienen nada en común con el bicho descrito en el primer párrafo. La verdad, el hecho que estoy lesionado (me acuerdo las palabras del Doc: ”no olvides, no estás enfermo, estás roto”) les importa tres pepinos.
En la mañana no se tiran encima de mi sobre la cama para lamerme la cara o ladrarme alegremente, para ver si estoy bien. Con suerte cuando llego con cierta dificultad, apoyado en las muletas, a la cocina para preparar un mate y encuentro a uno tirado sobre una silla o el sillón, estos me miran con su cara inexpresivo que ni transmite ni compasión ni sorpresa, pero de ultima algo inquisitivo al estilo: “¿Y a ese, que le pasa?”
Como perros y gatos. Ya en nuestra lenguaje, quedan enfrentados como muy distintos y antagónicos. Y de hecho, para el amo de uno de esos bichos, no puede ser más grande la diferencia. Si un perro le alegra la vida de uno que está abatido y triste, el gato le pone con la nariz sobre la realidad y parece decir: “A mi no me vengas hacerte la victima, no me interesan tus lamentos y tu auto-indulgencia. Dale… no que eras tan macho vos?”. Pero al revés de lo que pasa con el perro, ese comportamiento también puede ser terapéutico.
No seas llorón
En mi caso siento que ahora que estoy discapacitado, mis gatos me piden más atención que nunca, se ponen insoportables cuando se les acabó la comida, no tienen piedad alguna, maúllan, se hacen los “peludos” (cuando tienen hambre, los gatos parecen hincharse, como un pavo real, y caminan lentamente ida y vuelta con la cola en el aire) y parece que disfrutan que estoy inmovilizado, porque me piden constantemente de dejarlos salir y entrar, por la puerta del jardín, la ventana o la puerta principal. ¿Les gusta lo que estoy sufriendo?
¿O debe ser que me quieren activos? Para que no me deje decaer. Pero hasta en su forma de romper los kinotos, los gatos son medidos. Se pueden poner en frente de una puerta corrediza por media hora, sin mover un pelo y sin maullar. Se sientan simplemente para que uno vaya a abrirles, pero sin perder el estilo. Nunca.
A veces me enojo con ellos. Me doy cuenta que en vez de alivianar la situación me la complican. He pensado seriamente en poner un anuncio en el diario local con el siguiente mensaje: ‘Hombre soltero, solvente, con discapacidad parcial, busca un(a) ayudante activo(a), durante los días hábiles, en un horario a convenir, para abrirle la puerta a los gatos’.
Pero mis amistades cercanas me lo han desaconsejado, con lo cual, me he resignado.
