Capítulo 4. ¿SOLUCIONES PARA EL ECOCIDIO?
2020 se anunció como un año clave para el planeta. Para algunos –los medios de comunicación masivos– la covid-19 es el fin de la humanidad como la conocemos. Aunque económicamente se parecerá a la Gran Depresión que siguió al crash de Wall Street en 1929, es muy probable que, cuando la sociedad retome su actividad normal, volvamos al consumo masivo, incluso con mayor hambre y desesperación.
Parece que esta “gripe”, para el planeta, fue un pequeño resfrío, no algo que vaya a cambiar definitivamente nuestra forma de comportarnos. Pero ojalá queden secuelas y cambiemos ciertas cosas –los mercados chinos de animales exóticos, por ejemplo, y la forma en general como tratamos a los animales–.
Y, si no cambiamos, es por lo mismo que planteé en el capítulo anterior. A nosotros nos gusta vernos como seres racionales. Si lo fuéramos, no ignoraríamos el clarísimo mensaje del virus: vivimos hacinados en este planeta y hay demasiada gente o, por lo menos, prima un patrón de consumo equivocado para esa cantidad. Nos estamos contagiando de la misma forma que pollos o cerdos en una granja de producción de carne. El capitalismo ha logrado expandir la especie humana, pero como una plaga, que a la vez será víctima de su propio éxito. Un buen ejemplo es –nuevamente– China. Hace dos décadas una gran porción de su población vivía en condiciones medievales y ahora son los mayores consumidores masivos del planeta, consumidores masivos de entretenimiento, aparatos electrónicos y viajes en crucero (durante la pandemia de covid-19, por suerte, se hizo una pausa en esta actividad nefasta).
Una: DEJAR DE CONSUMIR
Cuando dejamos de consumir masivamente, como pasó en 2020 por culpa de la pandemia, se vieron mejoras notables en algunos indicadores ambientales. El agua turbia de Venecia se aclaró, volvieron los cisnes; en muchas ciudades, por la circulación restringida, mejoró la calidad del aire radicalmente. Se veían videos en YouTube de animales salvajes volviendo a los centros urbanos: venados, pumas, monos… Otro caso interesante es la aviación. Por varios años ya la industria aeronáutica estaba bajo escrutinio por su aporte al calentamiento global; no obstante, la cantidad de pasajeros diarios que se desplazaban en vuelos comerciales no dejaba de crecer. Es un buen ejemplo de cómo la economía sigue su curso como un tren desbocado, con políticos que, aunque tienen todos los datos en la mano, miran impotentes sin poder pararlo. Esta impotencia política tiene dos razones: por un lado, es muy difícil aplicar el intervencionismo ecológico en un sistema con una economía con ideología liberal.
Por otro lado, rige el divide et impera del capitalismo: el negocio está globalizado, pero la división política está intacta (hay
unos 200 países en el mundo). Entonces, en Asia, las últimas dos décadas hubo un crecimiento exponencial de la industria aeronáutica y no se les puede echar en cara a los habitantes de aquellos países que quieran emular a los de Occidente en cuestión de hábitos de consumo. A menos que los gobiernos nacionales pusieran freno al consumo de vuelos o buscaran crear conciencia.
Esta conciencia ecológica es más fuerte en Occidente. Antes de la pandemia, en 2019, se puso de moda la palabra sueca flygskam (‘vergüenza de volar’)y ciertos aeropuertos fueron cerrados temporalmente (como el de Heathrow, Reino Unido) porque activistas ambientalistas los atacaron con drones.
Sin embargo, en 2020 los ambientalistas ya no necesitaron atacar la aviación civil como fuente de CO2 y causa del calentamiento global: con la falta de demanda, la industria cayó al borde de la quiebra y todas las aerolíneas y constructores de aviones tuvieron que ser rescatados por sus respectivos gobiernos. De este modo, la caída del consumo de vuelos hizo mucho más que cualquier activismo, cualquier reglamento del gobierno para volar de manera más limpia o cualquier política de greenwashing, como es ofrecer un “asiento verde” en el avión.
Dos: LA HUELLA ECOLÓGICA COMO ÚNICO IMPUESTO
En el circuito formal de la economía, la mayor parte de la gente tiene un puesto en alguna corporación grandeo trabaja para el Estado como empleado. A pesar de que las grandes empresas son vistas como el motor activo de la economía, y el Estado,como el peso muerto que está frenándola, la verdad es que son más de lo mismo.
En muchos casos esas grandes compañías (como los bancos, las aerolíneas antes mencionadas o las empresas de energía) son rescatadas por el Estado cuando están en quiebra y viven del Estado a través de importantes contratos. Esas empresas son alternadamente privatizadas y nacionalizadas, pasan de manos del gobierno a manos privadas y viceversa, muchas veces en transacciones poco transparentes.
Ahora, en 2021, la gran división económica se sitúa en otra parte: entre los
empleados del Estado y de las trasnacionales y, por otro lado, los informales, los independientes y los que trabajan en alguna pyme. Los trabajadores informales y los independientes no tienen seguridad laboral y además soportan una carga impositiva enorme para mantener ese Estado desbocado.
Sería mucho más lógico y justo que la presión impositiva bajara (especialmente sobre el trabajo) a un nivel razonable (como máximo, el 10%), que existieran impuestos específicos o desglosados,[46] que hubiera muchos menos privilegiados (funcionarios) viviendo de las ubres del Estado y que ese respiro fiscal diera lugar a un impuesto basado en la huella ecológica. Este impuesto tendría como eje lo siguiente: el que gasta recursos, el que ensucia, paga por eso. De alguna forma, el IVA ya es un impuesto al consumo, pero ese dinero va directo a las arcas del aparato estatal.
Un impuesto por la huella ecológica tiene dos beneficios. Por un lado, ese dinero podría paliar el daño ambiental, siempre y cuando las sociedades empezaran a funcionar con impuestos especifícos y transparentes. A la vez, ese impuesto sería un aliciente para bajar la huella ecológica. Por ejemplo, el sistema impositivo debería premiar a una empresa que, en vez de hacerles tomar un avión a sus empleados para asistir a una reunión en otra ciudad, efectuase la reunión por videoconferencia. Tendría que haber un impuesto sobre manejar autos en vez de transportarse en bicicleta. De alguna forma esto ya se está empezando a hacer, no cobrando el derecho de patente a un nuevo auto híbrido o eléctrico. Ahora las grandes empresas, las multinacionales, no se hacen cargo de la huella ecológica que están dejando y fiscalmente se escapan dos veces. Por un lado, se aprovechan de la globalización asimétrica; están activos en muchos países, pero pagan un mínimo de impuestos gracias a la ingeniería y tecnología fiscal.
Por otro, en los países en cuyos mercados colocan sus productos, no se hacen cargo de la basura que están dejando junto con estos. Es el caso de la Coca-Cola Company. Esta es considerada la empresa que más basura de plástico genera; sin embargo, el Estado no la obliga a utilizar botellas reciclables, sino que, por contrario, les pide a los ciudadanos ser “conscientes” y tirar las botellas y latas en los tachos de basura. Ponen la responsabilidad por la generación de basura en el consumidor final.
(este capitulo es parte del ‘Manifiesto Ecologista’, pedi tu ejemplar gratuito en pdf)