Capítulo 2. Grandes éxitos del capitalismo

Tom Dieusaert
9 min readJul 31, 2021

Es innegable el éxito que ha tenido el capitalismo como herramienta para producir una gran cantidad de productos a bajo precio y aumentar la población mundial. Hay algunas razones claves para explicar este éxito frente a otros sistemas.

Una máquina de la eficiencia

En el Manifiesto comunista se describe muy lúcidamente lo revolucionario que fue el cambio de una sociedad de valores morales, supersticiosa, feudal y medieval, a una sociedad solamente regida por la moral del “vil metal”:

La burguesía ha desempeñado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario. En donde ha conquistado el poder, ha destruido todas las relaciones feudales, patriarcales e idílicas… no dejó en pie más relación entre las personas que el simple interés económico, el del dinero contante y sonante. Echó por encima del santo temor a Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y de la tímida melancolía del buen burgués el jarro de agua fría de sus intereses egoístas. Enterró la dignidad personal bajo el dinero.[1] Redujo todos los innúmeros derechos del pasado, que hacía tiempo que se habían adquirido y que estaban bien escriturados, a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. La burguesía ha despojado de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso respeto. Ha convertido en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.[2]

¿Cómo fue que la burguesía que implementó el liberalismo económico logró ganarles a sistemas más organizados y centralizados, como el colbertismo o el socialismo centralista de planificación?

Es que el libre mercado de oferta y demanda tiene una fuerza extraordinaria, ya descripta por Adam Smith, originada en el hecho de que, si cada individuo busca su propia conveniencia, va quedar la mejor alternativa de un producto o servicio encima de otros.[3]

Un ejemplo. Pensemos en un mercado cubierto en un pueblo, donde hay una docena de puestos de fruta y verdura. El que ofrece las frutas más frescas al mejor precio tendrá más ventas. Eso beneficiará al dueño del puesto de frutas, pero también al mercado en general, porque todos los vendedores van a querer competir con mejores productos, lo que beneficia al cliente comprador.

En ese sentido, el mecanismo de la oferta y la demanda, o el libre mercado, hará aumentar muchísimo la eficiencia y promoverá que el mejor producto se produzca con el menor esfuerzo y el menor precio. Un mercado libre real siempre tendrá mejores resultados que un mercado con precios artificiales impuestos por las autoridades. Pero ese criterio solo aplica al precio y a la calidad (relativa)[4] del producto. La ley de oferta y demanda siempre va a subsistir dentro de todo intercambio humano, y es lógico: queremos el mejor producto por nuestro dinero. Se ha visto que, cada vez que se ha tratado de suprimir la libre oferta y demanda de un bien, la tendencia es que este intercambio entra en la ilegalidad, muchas veces en connivencia con actores del mismo Estado.[5] Sin embargo, el libre intercambio de bienes, la libre y oferta y demanda de productos, debería ser un medio, no un fin. Un mecanismo para obtener eficiencia. La competencia hace al rendimiento, lo sabe todo deportista de alto nivel. En una carrera siempre va a tener mejores resultados que en un entrenamiento, porque en la competencia se siente exigido por sus contrincantes, que lo empujan a superarse. Eso no quiere decir que el deporte de alto nivel sea algo sano, ni física ni emocionalmente.

Lo que hace el sistema capitalista-consumista es poner el consumo como único fin. No es que el mercado de frutas y verduras sea un invento del capitalismo existía en las culturas inca y azteca); el capitalismo lo ha convertido en la actividad preponderante. Los templos religiosos de hoy son los supermercados. Y en el supermercado hay reglas claras: no se puede dormir en un banco, los chicos no pueden jugar a la pelota ni correr (tienen que estar en la sala de juegos electrónicos), no se puede traer la comida propia en un táper. Todo está destinado al consumo. Y las alternativas gratuitas al consumo han sido eliminadas.

La ganancia es un objetivo claro, y los objetivos claros son más sencillos de conseguir

Tener como único objetivo la creación de riqueza es una gran ventaja sobre otros sistemas mixtos, donde el objetivo es menos fácil de definir, por ejemplo, una función social.

Conocemos muchas más empresas privadas “exitosas” que cooperativas “exitosas”. En la zona céntrica de la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, funcionó hasta hace muy poco un hotel que luego de la crisis de 2001 quedó en bancarrota; los mismos trabajadores lo rescataron y lo siguieron operando. Sin embargo, por encima de cierto nivel, el hotel no podía nunca competir con otros cientos de hoteles en Buenos Aires para atraer turistas, nacionales y extranjeros.

Es más, este hotel apenas se mantenía por el turismo solidario o por huéspedes de algún sindicato a quienes les sentía políticamente bien alojarse ahí, y con suerte pagaban los sueldos de los trabajadores. Una de las razones es que una cooperativa priorizará los puestos de trabajo a las nuevas inversiones o al recorte de gastos para generar más ganancia, mientras que a un empresario no le va temblar el pulso para despedir a un recepcionista o un empleado de limpieza nacional y contratar a un recién inmigrado no sindicalizado, si de esta forma aumenta la ganancia y con eso puede invertir de nuevo en mobiliario, wi-fi, un bar, lo que sea.

En la cooperativa, en cambio, hay una regla interna para todo nuevo puesto: hay prioridad para los familiares de los cooperativistas. Con lo cual no necesariamente se va a contratar a la persona más idónea.

¿Cuál es la gran diferencia? La cooperativa hotelera no tiene como objetivo directo hacer dinero, sino, por ejemplo, mantener cierto número de puestos de trabajo; no tiene tampoco tan en claro cómo lograrlo y los cooperativistas se pasan más tiempo discutiendo sobre qué es lo que se debería hacer para aumentar la ocupación del hotel (“¿Renovamos la fachada?”; “¿Damos el bar en concesión?”). Mientras, la empresa privada sí tiene un objetivo contundente: generar ganancia.

En el caso de la cooperativa hotelera, si el objetivo es el bienestar de todos los involucrados, resulta imposible de cumplir, porque carece de una definición simple. O quizás se consigue, pero nadie puede confirmarlo. Una empresa privada la tiene mucho más fácil: ¿produce ganancia?, logró su objetivo.

La falla de la empresa privada es que el objetivo en sí es muy reducido y vacío: el objetivo, hacer dinero, al final, es algo abstracto y sin valor inherente. Así tenemos hoy multimillonarios que no saben qué hacer con su dinero. Algunos lo gastan en un superyate o compran un club de fútbol para divertirse. Ya están más allá de lo que el poeta H. Rae Aston llamaba “greed beyond avarice” (‘codicia más allá de la avaricia’), pero el sistema está armado de tal manera que el objetivo claro y socialmente alentado, hacer más dinero, logra un efecto útil al sistema: el consumo.

El capitalismo prospera en un ambiente desregulado

El hecho de que el Estado nacional o un municipio organice o permita la construcción de un mercado de frutas y verduras, no garantiza automáticamente el funcionamiento de un mercado libre con oferta y demanda. Detrás de ese mercado de frutas antes mencionado, puede haber mafias, sindicatos, arreglos para dejar a ciertos productores afuera o crear monopolios que por su tamaño asfixien a los pequeños productores, por el bajo costo relativo de aquellos o porque les es más fácil cumplir con los requisitos sanitarios y burocráticos que exijan las autoridades.

Todos los otros valores –la salud del comerciante estresado por el exceso de trabajo, el daño ambiental por el uso de agrotóxicos, el gasoil quemado por el camión de reparto, etcétera– no se toman en cuenta.

Por lo tanto, la tarea más importante que le corresponde al Estado es establecer las reglas del mercado.[6]

En el mercado de frutas y verduras, el gobierno podría prohibir la venta de productos transgénicos o envenenados con agrotóxicos. Podría prohibir el uso de camiones con gasoil (diésel). Podría garantizar el acceso a ese mercado a los pequeños productores. Debe regular el mercado, algo que no está pasando en la actualidad del capitalismo salvaje.

En una sociedad de consumo, el enfoque excesivo sobre la eficiencia aumenta la presión sobre los miembros de la sociedad, que, en vez de como colegas en un mismo proyecto, se ven unos a otros como competidores en una gran carrera. En nuestra sociedad de hoy, el Homo oeconomicus es el que tiene sojuzgado al Homo ludens.[7]

El sistema capitalista no se hace cargo de la basura que produce y la justifica en el avance tecnológico

La sociedad de consumo o capitalista no es un sistema cerrado. Es un sistema voraz que se agranda en espiral, del que salen cada vez más productos y, a la vez, más desechos. Aunque hoy en día se hable mucho sobre la economía circular, que por ahora es apenas una utopía, el desarrollo tecnológico apuesta a un recambio permanente de materiales y piezas que después ya no tienen uso. Pensemos, por ejemplo, en las tarjetas y componentes de una computadora o del cargador o el chip de un celular.

Evidentemente existe una contradicción entre el desarrollo tecnológico y la ecología, porque al cambiar permanentemente los componentes por otros nuevos, más eficientes, y al no trabajar con elementos estandarizados, todo lo que logra es generar cada vez más productos obsoletos y, por ende, basura.

Un buen ejemplo de componentes estandarizados fueron los autos diseñados por gobiernos comunistas y fascistas en el siglo XX. El Volkswagen “escarabajo” o el Trabant fueron promovidos por gobiernos totalitarios (centralistas)[8] que querían movilizar a la población, pero el Trabant, por ejemplo, por falta de competencia quedó tecnológicamente atrasado ante modelos occidentales como los de BMW o Mercedes después de la apertura de la Cortina de Hierro, en 1989. La diferencia básica entre estos modelos producidos por gobiernos totalitarios y los modelos del “libre mercado” es que los primeros fueron producidos para durar toda una vida, no cinco años, como los vehículos, televisores o teléfonos celulares que se están fabricando actualmente y casi todos los artículos industriales destinados al consumo.

Esta llamada obsolescencia programada de los productos de la sociedad de consumo se debe, supuestamente, al de avance tecnológico, pero en verdad responde a una necesidad de aumentar las ventas, con lo cual ya desde su concepción los productos tienen una vida limitada por los materiales.[9] En Francia el gobierno de Emmanuel Macron, a pesar de ser liberal, ha tratado de contrarrestar este mecanismo de la obsolescencia programada con una ley contra el despilfarro en favor de una economía circular.[10] Sin duda es una decisión política valiente, pero habrá que ver cuán efectiva será su aplicación, si la economía subyacente francesa sigue siendo básicamente capitalista, regida por sus empresas transnacionales, como Totalfina, Carrefour, PSA (Peugeot y Citroën), Suez, etcétera, y la bolsa de valores.

[1] El sistema económico reduce las relaciones humanas, las simplifica. El abanico interminable de sentimientos y apreciaciones entre dos personas se ve reducido a una cantidad de likes y seguidores.

[2] Marx y Engels, Manifiesto comunista, ob. cit., p. 13.

[3] En otros sistemas de planificación central, los gobiernos van a decidir “lo que es mejor” para los ciudadanos.

[4] La calidad del producto es un valor relativo que los mismos medios o la moda establecen: las manzanas más rojas, redondas y brillantes, por ejemplo.

[5] Pensemos en el tráfico de drogas o el cambio paralelo de divisas.

[6] En Uruguay, por ejemplo, el Estado se ocupa de la comercialización de la marihuana para sacarla de las manos del narcotráfico.

[7] Homo ludens (‘hombre que juega’ en latín) es el título de un libro del sociólogo y ex rector de la Universidad de Leiden Johan Huizinga, que trata sobre el juego como actividad subversiva a las reglas de la sociedad.

[8] El primero fue originalmente diseñado bajo el régimen nazi y puesto en producción por los británicos que ocuparon la Alemania de posguerra. El otro, bajo el régimen comunista después de 1945 en Alemania del Este (República Democrática Alemana).

[9] Por eso el negocio de los accesorios y repuestos es muchas veces más interesante para el vendedor de una impresora, un lavarropas o un automóvil. El sistema de los seguros, otro elemento de la sociedad capitalista, que nació en el norte de Europa en el siglo XVI, es clave porque el seguro solamente va a cubrir un producto por cierto tiempo e incentivar la compra de un producto nuevo.

[10] https://www.elagoradiario.com/desarrollo-sostenible/economia-circular/economia-circular-francia-ley-despilfarro.

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Tom Dieusaert

Reporter. Writer. South America. Twitter @argentomas. Recently published “Rond de Kaap: Isaac le Maire contra de VOC".